Meditemos al calor del enroje
En mi pueblo sólo hay una obligación imprescindible que es atender el enroje cada día... Una vez cumplida la santa obligación de enrojar, nos podemos entregar a las reflexiones y a divagar... ya que el frío y la humedad de estos días, no llega a entrar a la sala recien calentada.
Ahora, abandonado a estos pensamientos puedo concluir que eso de enrojar no es más que la gloria, el estrado hecho sobre un hueco abovedado en cuyo ineterior quemamos paja, madera y cualquier combustible para dar calor a la habitación. Cuentan que su origen está en el "hipocausto" de los romanos y es digno precedente del pretencioso "suelo radiante".
Me veo obligado también a precisar que eso de enrojar no es un riesgo ni peligro para quien porta y cree en ideologías basadas en la solidaridad de los pueblos y contaria a estos tiempos trumpistas y del neofascismo vestido con pieles de cordero.
Esta cita me lleva a concentrarme con la política local de la capital que tan revuelta y envuelta en niebla cabalga y discurre, haciéndese en inteligible para los que simplemente andamos y sufrimos por sus calles abiertas y sus plazas abandonadas.
También hablando de enrojar, descubrimos que es el arte de enojar y sonrojar al sentir vergüenza ajena y eso es, exactamente, lo que siento a diario con la alcaldesa de mi pueblo, su arrogancia acompañada de su dejadez y su maldad acompasada de su ignorancia solo me permite enrojarme a diario... sintiendo como me calienta el abandono al que nos sume a diario; llegado a este punto, solo me queda apaciguarme y quedar disfrutando del calor del suelo que me va calentando, de otra manera, permitiendo que combata el frío invierno.
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